Introducción
En el campo de la salud mental se reconoce cada vez más la importancia de abordar al ser humano de manera integral, considerando tanto la mente como el cuerpo. Tradicionalmente, la psicoterapia y, en particular, la terapia psicoanalítica, se han centrado en el poder curativo de la palabra y la exploración del inconsciente (Freud, 1930)[1]. Sin embargo, en las últimas décadas ha cobrado fuerza la idea de que complementar la terapia hablada con intervenciones que involucren el cuerpo y las prácticas contemplativas puede potenciar los resultados terapéuticos. Integrar ejercicio físico regular y meditación junto a la psicoterapia psicoanalítica podría generar una sinergia beneficiosa, atacando el malestar psicológico desde múltiples frentes: la introspección profunda, la activación corporal y la regulación de la atención y las emociones.
Diversos estudios respaldan esta perspectiva integradora. Por un lado, está bien documentado que la actividad física habitual contribuye a mejorar el estado de ánimo y reducir la ansiedad, al igual que la meditación y otras técnicas de mindfulness demuestran efectos positivos en la gestión del estrés[2][3]. Por otro lado, la terapia psicoanalítica proporciona un espacio para elaborar conflictos internos y traumas subyacentes, lo que puede otorgar un sentido de coherencia y alivio duradero a las personas (Shedler, 2010). En esta introducción planteamos la hipótesis de que la articulación de estas tres disciplinas –psicoanálisis, ejercicio y meditación– ofrece beneficios terapéuticos añadidos en la salud mental, superiores a los que se obtendrían con cada enfoque por separado. A continuación, se expone una revisión teórica sobre cómo cada uno contribuye al bienestar psicológico y de qué manera su combinación puede mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Desarrollo
Terapia psicoanalítica y bienestar psicológico
La terapia psicoanalítica es una forma de psicoterapia de orientación profunda fundada por Sigmund Freud a inicios del siglo XX, la cual se centra en hacer conscientes los contenidos inconscientes para aliviar el sufrimiento psíquico. Freud sostenía que muchos síntomas psicológicos tienen origen en conflictos inconscientes no resueltos, y que al traer estos contenidos a la conciencia mediante la asociación libre y la interpretación, es posible lograr una mejoría clínica (Freud, 1930). El proceso psicoanalítico implica un trabajo introspectivo intenso: el paciente explora sus pensamientos, sueños, recuerdos infantiles y emociones en relación con el terapeuta (la transferencia), desentrañando el significado oculto de sus malestares. Jacques Lacan, continuador de Freud, afirmó célebremente que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” (Lacan, 1966), subrayando que la palabra y el diálogo terapéutico son las herramientas fundamentales para restructurar la vida psíquica. Esto significa que poner en palabras la experiencia interna tiene un efecto transformador: el síntoma psíquico habla y puede resignificarse en el discurso, aliviando su carga sobre el individuo.
Los beneficios terapéuticos de la psicoterapia psicoanalítica han sido documentados en la literatura científica. Por ejemplo, un amplio meta-análisis reportó un tamaño del efecto de 0.97 en la mejoría sintomática con las psicoterapias psicodinámicas, comparable a otras terapias basadas en la evidencia (Shedler, 2010). Además, se encontró que los pacientes continúan mejorando aún después de terminada la terapia, reflejando cambios profundos y duraderos[4]. Estos resultados sugieren que explorar la raíz de los problemas –en lugar de solo sus manifestaciones superficiales– facilita una reestructuración psicológica sostenida en el tiempo. La terapia psicoanalítica, por tanto, no solo busca reducir síntomas inmediatos, sino promover el autoconocimiento, la integración de la personalidad y la resolución de patrones disfuncionales en la vida relacional.
Desde una perspectiva teórica, el psicoanálisis también aporta conceptos para entender la articulación con el ejercicio y la meditación. Freud introdujo la noción de sublimación como un mecanismo de defensa positivo mediante el cual las pulsiones instintivas pueden canalizarse hacia actividades socialmente valoradas, reduciendo así la tensión interna (Freud, 1905). De hecho, consideraba la sublimación “fundamental para la salud mental”, pues permite redirigir la energía psíquica de impulsos inaceptables hacia formas más constructivas de expresión (Freud, 1905)[1]. Un ejemplo clásico es transformar impulsos agresivos o sexuales en empeño creativo, artístico o deportivo. Jacques-Alain Miller, destacado psicoanalista lacaniano contemporáneo, ha desarrollado la idea del cuerpo hablante, señalando que el cuerpo participa del inconsciente y es indisociable del sujeto que habla (Miller, 2014). Este concepto de “cuerpo hablante” enfatiza que los fenómenos corporales (tensiones, síntomas psicosomáticos, etc.) están entrelazados con la vida psíquica y el lenguaje[5][6]. Por ende, desde el psicoanálisis actual se reconoce que el trabajo terapéutico no ocurre únicamente en la dimensión de la palabra, sino que involucra al cuerpo del paciente en tanto sede de emociones, sensaciones y goce. En síntesis, la terapia psicoanalítica provee un cimiento sólido de contención emocional y comprensión de uno mismo; sobre esta base, incorporar el ejercicio físico y la meditación puede potenciar aún más el proceso de sanación integral.
Ejercicio físico y salud mental
El ejercicio físico regular es ampliamente reconocido por sus beneficios sobre el cuerpo, pero sus efectos positivos en la salud mental son igualmente notables. La actividad física –ya sea aeróbica (como correr, nadar, andar en bicicleta) o anaeróbica (como entrenamiento de fuerza)– desencadena cambios biológicos que impactan en el estado de ánimo y el funcionamiento cerebral. Durante el ejercicio, el cuerpo libera endorfinas y otros neurotransmisores (serotonina, dopamina) que actúan como analgésicos naturales y generan sensaciones de bienestar y relajación. Asimismo, el ejercicio reduce los niveles basales de hormonas del estrés, como el cortisol, y favorece mejoras en la calidad del sueño y la energía diurna, factores que se asocian con un mejor equilibrio emocional. A nivel cerebral, se ha observado que la práctica física regular promueve la neuroplasticidad, incrementando la expresión de factores de crecimiento neuronal que pueden mejorar funciones cognitivas (memoria, atención) y la resiliencia frente al estrés.
Numerosas investigaciones científicas avalan el papel terapéutico del ejercicio en trastornos mentales comunes como la depresión y la ansiedad. Un meta-análisis reciente que integró 97 revisiones sistemáticas (cubriendo más de 128.000 participantes) halló que la actividad física tiene un efecto significativo en la reducción de los síntomas depresivos y ansiosos en adultos (Singh et al., 2023)[7]. En promedio, las intervenciones de ejercicio produjeron mejoras de magnitud moderada en depresión (tamaño del efecto ~0.43) y ansiedad (~0.42) en comparación con grupos control[8]. Estos beneficios se observaron tanto en población general como en personas con diagnósticos clínicos de trastornos mentales, y fueron especialmente pronunciados en ciertos grupos como pacientes con depresión mayor, mujeres embarazadas o en posparto, y personas con enfermedades crónicas[9]. Las conclusiones de esta revisión son contundentes: “la actividad física es altamente beneficiosa para mejorar los síntomas de depresión, ansiedad y angustia psicológica (…). La actividad física debe ser un enfoque fundamental en el tratamiento de la depresión, la ansiedad y la angustia psicológica” (Singh et al., 2023, p. )[10]. En la misma línea, organismos internacionales como la *Organización Mundial de la Salud recomiendan incluir ejercicio regular como parte de las intervenciones para prevenir y tratar la depresión leve a moderada (WHO, 2017).
Además de aliviar síntomas, el ejercicio contribuye a la autoestima y la autoeficacia del individuo. Lograr metas físicas (por ejemplo, aumentar la resistencia o la fuerza) suele traducirse en un sentido de logro y confianza que se extiende a otros ámbitos de la vida. Para personas con ansiedad, actividades como el yoga, el tai chi o simplemente caminar al aire libre pueden inducir estados de relajación y reducir la tensión muscular, lo cual complementa las técnicas psicoterapéuticas de manejo de la ansiedad. Incluso existen estudios que sugieren que el ejercicio regular puede tener un efecto neuroprotector, ayudando a prevenir el deterioro cognitivo y reduciendo el riesgo de trastornos del estado de ánimo a largo plazo.
Desde la óptica psicoanalítica, el ejercicio físico puede entenderse, como mencionamos, en términos de sublimación: canaliza pulsiones y energías internas de manera constructiva. Freud observó que cuando una persona transforma sus impulsos internos en actividad deportiva o creativa, no solo descarga tensión, sino que obtiene placer y satisfacción de una forma socialmente aceptada (Freud, 1930)[1]. Así, un paciente que incorpora el ejercicio a su rutina puede estar encontrando un vía regia alterna para expresar emociones difíciles (agresividad, frustración, libido) sin que estas se somaticen o se vuelvan síntomas. La integración del trabajo corporal con el trabajo terapéutico hablado permite una mejor regulación global: el cuerpo se fatiga y relaja de forma saludable, disponiendo a la mente a un estado más receptivo para la introspección y el cambio psicológico.
En suma, el ejercicio físico actúa como un antidepresivo y ansiolítico natural, mejora la respuesta al estrés y refuerza la salud general. Como componente de un enfoque multidisciplinar, ofrece al paciente la oportunidad de experimentar en su propio cuerpo cambios positivos (mejor condición física, menos tensiones, más vitalidad) que luego pueden ser elaborados e incorporados en la terapia psicoanalítica, enriqueciendo el proceso de recuperación.
Meditación y regulación mente-cuerpo
La meditación, especialmente en sus formas contemporáneas de mindfulness o atención plena, se ha incorporado rápidamente como una herramienta valiosa para la salud mental. Meditar consiste, en términos generales, en entrenar la atención para permanecer en el momento presente de manera calmada y receptiva, ya sea enfocándose en la respiración, en sensaciones corporales o en un objeto determinado, y dejando pasar los pensamientos sin involucrarse en ellos. Esta práctica milenaria, de raíces orientales, ha demostrado tener profundos efectos terapéuticos cuando se aplica en contextos clínicos occidentales. Estudios neurocientíficos muestran que la meditación regular produce cambios funcionales y estructurales en el cerebro: por ejemplo, Davidson y Kabat-Zinn (2003) encontraron que tras un programa de 8 semanas de meditación mindfulness, los participantes exhibieron un aumento significativo de la actividad en la corteza prefrontal izquierda (región asociada con emociones positivas y resiliencia)[11]. Asimismo, se observaron mejoras en la función inmune, indicando una interacción beneficiosa mente-cuerpo. Estos hallazgos sugieren que la meditación entrena al cerebro para responder de forma más equilibrada a las situaciones, fortaleciendo circuitos neuronales vinculados a la regulación emocional.
Los beneficios específicos de la meditación para trastornos como la ansiedad y la depresión están bien documentados. Un meta-análisis amplio publicado en JAMA Internal Medicine concluyó que los programas de meditación logran reducciones pequeñas a moderadas en diversos indicadores de estrés psicológico, incluyendo la sintomatología ansioso-depresiva (Goyal et al., 2014)[12]. En personas con trastorno depresivo, intervenciones basadas en mindfulness han demostrado ser efectivas para prevenir recaídas y mejorar el estado de ánimo, con efectos que persisten meses después de terminada la práctica regular (Goyal et al., 2014; Saeed, 2019). En pacientes con ansiedad crónica, la meditación contribuye a disminuir la reactividad ante pensamientos y sensaciones corporales que normalmente dispararían la ansiedad, cultivando una actitud de aceptación y observación que amortigua el ciclo de preocupación. De hecho, en un ensayo clínico reciente se encontró que un curso de Mindfulness-Based Stress Reduction (Reducción de Estrés basada en Mindfulness) fue tan efectivo como un fármaco ansiolítico (escitalopram) en el tratamiento de trastornos de ansiedad, tras 8 semanas de intervención (Hoge et al., 2022). Esto respalda la idea de que la meditación puede ser un componente terapéutico equivalente a los abordajes tradicionales, sin los efectos secundarios de la medicación y con beneficios adicionales en la calidad de vida.
Desde el punto de vista fisiológico, la meditación desencadena lo que el Dr. Herbert Benson denominó la “respuesta de relajación” del organismo[13]. Durante la meditación, se activa el sistema nervioso parasimpático (responsable de la calma y la recuperación) y se reduce la activación del sistema simpático (involucrado en la respuesta de lucha-huida)[14]. Consecuentemente, se observa una disminución de la frecuencia cardíaca, una respiración más lenta y profunda, reducción de la presión arterial y cambios favorables en la química cerebral. Esta respuesta opuesta al estrés ayuda a contrarrestar los efectos nocivos de la vida moderna acelerada, donde muchas personas permanecen en un estado de alerta crónica. La práctica meditativa, al repetirse regularmente, enseña al individuo una forma de autorregulación que puede aplicar en su vida cotidiana para manejar el estrés, mejorar el sueño y enfrentar con más ecuanimidad las situaciones difíciles.
En el ámbito de la salud mental, la meditación se ha integrado en protocolos psicoterapéuticos, como la Terapia Cognitiva Basada en Mindfulness (MBCT) o la Relajación Muscular Progresiva con meditación, obteniendo buenos resultados como complemento a la terapia principal. Aunque el psicoanálisis clásico no incorporaba la meditación (de hecho, Freud y Lacan no la abordaron en sus obras), en la práctica clínica actual muchos terapeutas de diversas orientaciones alientan técnicas meditativas para ayudar a sus pacientes a desarrollar insight corporal y atención plena a sus procesos internos. Existe cierta convergencia interesante: tanto la meditación como el método psicoanalítico requieren una actitud de autoobservación. En meditación, la persona observa sus pensamientos sin juzgarlos ni aferrarse, dejándolos pasar; en psicoanálisis, el paciente asocia libremente y observa emerger contenidos inconscientes, con la ayuda del analista para interpretarlos. En ambos casos se cultiva la conciencia de uno mismo, aunque con fines y métodos distintos. Algunos autores han notado esta complementariedad, sugiriendo que la meditación puede facilitar el trabajo analítico al mejorar la capacidad de introspección y tolerancia a las emociones difíciles (Epstein, 1995). Del mismo modo, la terapia psicoanalítica puede dar un sentido personal más profundo a las experiencias que surgen en la meditación, integrándolas en la narrativa del paciente.
En resumen, la meditación ofrece una vía comprobada para reducir el estrés, la ansiedad y la depresión, mejorar la concentración y fomentar una relación más saludable con los propios pensamientos y emociones. Al incorporarse junto con la terapia psicoanalítica y el ejercicio físico, proporciona la pieza faltante para abordar la dimensión de la mente consciente y la espiritualidad del individuo, completando así un abordaje holístico de la salud mental.
Sinergia de las tres disciplinas: hacia un modelo integral
Considerados en conjunto, la terapia psicoanalítica, el ejercicio físico y la meditación conforman un triángulo terapéutico que abarca los principales componentes del ser humano: lo psíquico, lo corporal y lo cognitivo-espiritual. Integrar estas tres disciplinas en el tratamiento de un paciente implica reconocer que la salud mental es influida tanto por procesos psicológicos profundos como por el estado fisiológico del cuerpo y las prácticas de la mente consciente. Lejos de ser excluyentes, estos enfoques se complementan y potencian mutuamente de múltiples maneras:
- Mejora del estado de ánimo y disposición para la terapia: El ejercicio y la meditación tienden a producir mejoras inmediatas en el estado emocional (menos ansiedad, mayor tranquilidad, alivio de la tensión física). Un paciente que ha reducido sus niveles de estrés gracias a una sesión de meditación o liberado endorfinas mediante ejercicio, probablemente llegará a la sesión de terapia psicoanalítica en una condición más receptiva y con la mente despejada. Esto puede facilitar que profundice en temas difíciles sin sentirse abrumado, incrementando la eficacia del trabajo analítico.
- Sostenimiento de los logros terapéuticos: La introspección lograda en la terapia psicoanalítica puede ser difícil de trasladar a la vida cotidiana si el paciente no cuenta con herramientas prácticas para manejar las emociones intensas o el estrés diario. Aquí es donde ejercicio y meditación actúan como anclas fuera del consultorio: por ejemplo, ante sentimientos de angustia emergentes, una rutina de ejercicio vigoroso puede servir como válvula de escape saludable, mientras que la meditación diaria brinda un espacio de procesamiento y calma interior. Estas prácticas ayudan al paciente a autogestionar su bienestar entre sesiones, consolidando los progresos alcanzados en la terapia hablada.
- Abordaje de la mente inconsciente y el cuerpo simultáneamente: Muchas manifestaciones de malestar psíquico tienen correlatos corporales. El estrés crónico puede somatizarse en tensiones musculares, problemas gastrointestinales o alteraciones del sueño; la depresión frecuentemente conlleva fatiga, apatía motriz y dolores físicos; la ansiedad se acompaña de hiperactivación fisiológica (palpitaciones, sudoración, respiración entrecortada). Combinar la psicoterapia con el trabajo corporal significa que se ataca el problema en ambos niveles: el psicoanálisis explora el porqué (las raíces psicológicas del sufrimiento), mientras que el ejercicio y la meditación actúan sobre el cómo aliviar sus manifestaciones en el cuerpo. En otras palabras, se promueve una integración psicofísica: el paciente aprende a escuchar tanto sus narrativas internas como las señales de su organismo, logrando una comprensión más completa de sí mismo. Esto es coherente con la perspectiva lacaniana del cuerpo hablante (Miller, 2014), donde mente y cuerpo no se conciben por separado, sino entrelazados en la experiencia subjetiva.
- Aumento de la resiliencia y la autonomía: La combinación de estas disciplinas puede fomentar en el individuo un sentido de empoderamiento sobre su salud mental. A través de la terapia psicoanalítica, logra resignificar experiencias pasadas y comprender sus patrones, desarrollando mayor libertad frente a condicionamientos inconscientes. Con el ejercicio, comprueba su capacidad de cambio a nivel físico, ganando fortaleza y resistencia que también son emocionales. Con la meditación, cultiva la paciencia, la compasión por sí mismo y la capacidad de habitar el presente con aceptación. La sinergia resultante es un incremento notable en la resiliencia: ante eventos vitales estresantes o desencadenantes de antiguos conflictos, la persona dispondrá de múltiples recursos para afrontarlos (su red de apoyo terapéutico, el hábito del ejercicio como modulador del humor, la práctica meditativa para mantener la calma y la claridad mental). Esto redunda en una menor probabilidad de recaídas o, en caso de presentarse, en una recuperación más rápida.
- Beneficios preventivos y de bienestar general: Aunque aquí nos hemos centrado en el contexto terapéutico (es decir, intervenir cuando ya hay un malestar o trastorno mental), es importante señalar que la articulación de psicoanálisis, ejercicio y meditación puede aplicarse también de forma preventiva o de crecimiento personal. Un individuo no necesariamente enfermo puede beneficiarse de esta combinación para potenciar su bienestar: la terapia puede ser un espacio de autoconocimiento profundo, el ejercicio una fuente de vitalidad y la meditación un camino hacia mayor paz mental. En profesionales de la salud mental, por ejemplo, se está promoviendo la autocuidado con ejercicio y mindfulness para prevenir el burnout o desgaste profesional[15][16]. Esto refuerza la idea de que la salud mental no es simplemente la ausencia de enfermedad, sino un estado positivo de equilibrio psicofísico que se construye cultivando diferentes áreas de la vida.
Naturalmente, integrar tres modalidades requiere de un enfoque coordinado y la motivación activa del paciente. Los terapeutas pueden colaborar con médicos del deporte, preparadores físicos o instructores de meditación para diseñar planes de tratamiento más abarcadores. Algunos centros clínicos ofrecen ya programas integrales donde se combinan psicoterapia con clases de yoga o meditación, y prescripción de actividad física adaptada. La evidencia inicial sugiere que los pacientes que participan en tratamientos multimodales reportan mayor satisfacción y, en muchos casos, mejores resultados clínicos (Saeed et al., 2019). No obstante, cada individuo es único, y corresponde al profesional evaluar las necesidades y preferencias de la persona: por ejemplo, habrá quienes se inclinen más por la meditación que por el ejercicio vigoroso, o viceversa. La clave es la flexibilidad terapéutica para entrelazar estas herramientas de forma personalizada, manteniendo siempre como eje central la alianza terapéutica y los objetivos acordados con el paciente.
Conclusión
Enfrentar los desafíos de la salud mental desde múltiples dimensiones puede ser la clave para resultados terapéuticos más robustos y duraderos. A lo largo de este artículo hemos explorado cómo la combinación de la terapia psicoanalítica con el ejercicio físico y la meditación ofrece un abordaje integral que atiende a la persona en su totalidad: mente, cuerpo y espíritu. La terapia psicoanalítica aporta la profunda comprensión de uno mismo y la resolución de conflictos inconscientes; el ejercicio físico proporciona equilibrio neuroquímico, vigor y una vía saludable de canalización de tensiones; la meditación entrena la mente en la calma, la claridad y la autorregulación emocional. Estos tres pilares se sostienen mutuamente: lo hallado en la introspección terapéutica puede afianzarse mediante hábitos corporales sanos y prácticas contemplativas, mientras que un cuerpo saludable y una mente entrenada en la atención plena sientan las bases para un trabajo psicoterapéutico más efectivo.
Desde una perspectiva teórica, integrar estas disciplinas encuentra respaldo en las ideas de Freud sobre la sublimación y en las concepciones contemporáneas del cuerpo en psicoanálisis (Lacan, Miller), así como en abundante evidencia empírica proveniente de la psicología de la salud. La literatura científica revisada muestra que ni el ejercicio ni la meditación son meros complementos anecdóticos, sino intervenciones con efectos medibles en la reducción de la depresión, la ansiedad, el estrés y en la promoción de bienestar general (Singh et al., 2023; Goyal et al., 2014). Cuando una persona se involucra simultáneamente en psicoterapia profunda, actividad física regular y práctica meditativa, está abordando su salud mental de manera holística. En términos simples, está cuidando de su cuerpo, de su mente inconsciente y de su mente consciente al mismo tiempo.
Los beneficios esperables de esta articulación se reflejan en diversos niveles: mejoría del estado de ánimo, disminución de síntomas psicológicos (menos pensamientos rumiativos, menos ataques de pánico, menos tristeza paralizante), mayor vitalidad física, regulación del ciclo sueño-vigilia, aumento de la autoestima y sensación de autoeficacia, mayor capacidad de concentración y memoria, y en general una actitud más positiva y resiliente frente a la vida. Además, esta aproximación integrada puede reducir la necesidad de farmacoterapia en algunos casos, o potenciar su eficacia cuando ésta es necesaria, contribuyendo a un tratamiento más completo.
En conclusión, el entrelazamiento de la terapia psicoanalítica con el ejercicio físico y la meditación representa una convergencia promisoria entre lo tradicional y lo emergente en el cuidado de la salud mental. Implica reconocer que la búsqueda de la salud psíquica no ocurre aislada del cuerpo ni desconectada de nuestras prácticas diarias de atención plena. Para profesionales de la salud mental, esto se traduce en la invitación a trabajar de manera interdisciplinaria y recomendar a sus pacientes estilos de vida saludables junto con la exploración psicológica. Para los pacientes y el público general, el mensaje es esperanzador: existen múltiples vías para sanar y crecer, y combinarlas puede marcar una diferencia significativa. Tal como un trípode que se sostiene firmemente en sus tres patas, la mente, el cuerpo y la contemplación equilibrados brindan un soporte sólido sobre el cual las personas pueden reconstruir su bienestar y llevar una vida más plena, consciente y saludable.
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